Una noche tranquila,
de esas que ni en pensar pensaba,
te colaste en mis cansinos
ritos de migraña.
Bajaste la voz, escarnecida.
Me diste un beso en la espalda.
Yo me giré para mirarte
en el silencio de mi casa habitada.
Zarpó la luna llena al alba
de la ciudad de las luces;
rayó el cielo con un recorte
de luz y agua difuminada.
Sentí tu pecho contra el mío
de flagrante fuego, abrasaba
los pulmones, la lluvia,
los gestos, las palabras.
Sabor de boca de invierno
corrió quemándome la entraña,
la fecundaste de fruto, de celo
por saber lo que aún tramas.
Entonces, parí aquel fruto tuyo
de miel de seda, de plata dorada.
Poesía, te espero esta noche
tendida a los pies de mi cama;
inspírame una vez más, Poesía;
Poesía del alma.
dilluns, 25 de gener del 2010
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