Ya se acaba el sol de la mañana
y el largo de mi falda,
si tu mano me recorre hasta la espalda
que me empuja a la pared.
Tu izquierda parecía contener, a sabiendas y con tiña,
la espada que calaría en mí el touché,
calaría en mí el touché.
Me quité el polvo de mis sandalias
y moribunda me eché a andar.
Parecía que el sol del desierto era de nunca acabar.
Empecé a contraer un par de migrañas,
el pecho se me empolvó de telarañas
y de saña la bondad,
y de saña la bondad.
El reloj recorrió una maratón alrededor de mi sien
pareciera que fue antes de ayer cuando tomé aquel primer tren.
Fue ahí donde me tomaste de la cintura
y me dijiste: "¡Ay, hermosura!, ¡qué locura! Que me muero por doquier",
que me muero por doquier.
A veces me pregunta la cabeza que habrá sido de tí.
Quizás andes con unas piernas largas que dejan gusto a aserrín.
Quiero que quede todo claro,
que el vodka desde que te fuiste, ni siquiera me echó mano
y que el mejor elixir para olvidarte es recordando.
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