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Hincado, tendido, sangrante, abatido. De mil formas te he redimido. ¿Acaso no lo has visto? Mi carne escuece abierta ante los ojos de la gente. Es el flagelo. ¿Es que no sabes cuánto te anhelo? Mi sangre, vertida en el suelo, se escapa entre las paredes del templo. Son los ciegos, son los sordos con su ejemplo. Te he buscado entre la muchedumbre, que no te asuste si te apunto con el dedo. Te quiero para mí. ¡Cuánto te he esperado, cuánto te espero!
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